A sus 73 años, El Padre Pistolas finalmente admite lo que todos sospechábamos

La vida de Héctor “El Padre Pistolas” Muñoz, un sacerdote mexicano cuya figura se ha vuelto famosa tanto por su vocación religiosa como por su sorprendente afición a las armas, es una de las más controversiales y debatidas en la historia reciente de la Iglesia Católica en México.

A sus 73 años, después de décadas de estar en el centro de la atención mediática, Muñoz ha decidido hablar abiertamente sobre lo que muchos ya sospechaban: su relación con el crimen organizado, su uso personal de armas de fuego, y su implicación en el tráfico de influencias.

En una entrevista exclusiva, el Padre Pistolas, como lo conocen en los pasillos del poder y los barrios más peligrosos, ha hecho una confesión que podría cambiar para siempre la percepción de su legado.

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Con un nombre como Héctor Muñoz y un apodo tan peculiar como “El Padre Pistolas”, es casi imposible no asociarlo con el México de la frontera norte, donde el crimen organizado, la política y la religión a menudo se entrelazan de maneras complejas.

Durante años, Muñoz ha sido conocido por su actitud desafiante y su imagen pública controversial: un sacerdote que no solo predicaba sobre el amor y la paz, sino que, además, mostraba abiertamente su afición por las armas, un gusto que, según él, estaba justificado por la necesidad de defender a sus feligreses y a su comunidad.

La figura del “Padre Pistolas” se formó a partir de las múltiples noticias que hablaban de su implicación con grupos de narcotraficantes y de cómo sus iglesias se convirtieron en refugios no solo para los más necesitados, sino también para aquellos con cuentas pendientes con la ley.

La fama de Muñoz comenzó a crecer en la década de 1990, cuando la guerra contra el narcotráfico estaba tomando forma en México, y muchos comenzaron a especular sobre el rol que el sacerdote jugaba en los pasillos oscuros del poder.

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Por años, Muñoz desmentía cualquier vinculación con actividades ilícitas, y se justificaba diciendo que su amor por las armas no era más que un reflejo de su dedicación a proteger a la gente de las amenazas externas. Sin embargo, tras décadas de silencio y evasión de las preguntas incómodas, a sus 73 años, El Padre Pistolas ha decidido romper el silencio.

En una entrevista exclusiva con un reconocido periodista mexicano, Muñoz admitió finalmente lo que muchos ya sospechaban: su vinculación con el crimen organizado, particularmente con los cárteles de la droga que operan en su región.

“Sí, he tenido contacto con ellos. ¿Quién no lo tendría en un país como este, donde los narcos controlan tanto poder?”, admitió Muñoz, con una sinceridad que sorprendió a los periodistas presentes.

“Mi trabajo no era hacer negocios con ellos, pero sí sabía que si quería proteger a mi gente, tenía que negociar. En ocasiones, la Iglesia no tiene las herramientas suficientes para enfrentar los problemas de la calle, y si no vas con ellos, te quedas solo”, expresó.

Muñoz explicó que a lo largo de su carrera, más allá de la vida religiosa, se vio obligado a colaborar de diversas formas con miembros del crimen organizado.

Desde hacer favores a ciertos personajes del narcotráfico hasta servir de mediador en situaciones tensas entre bandas rivales, el padre dejó claro que sus acciones siempre estuvieron guiadas por su “deber pastoral” de proteger a su comunidad, aunque la línea entre la moralidad y la necesidad de sobrevivir se difuminaba cada vez más.

“La vida aquí no es blanca o negra”, comentó el Padre Pistolas con un tono reflexivo. “¿De qué sirve salvar a uno o dos niños de la pobreza si, al mismo tiempo, te los están arrancando de las manos porque los narcotraficantes se los llevan para ‘trabajar’?

¿Acaso no es mi responsabilidad también detener eso?” Esta justificación, que podría parecer un acto de desesperación ante una situación fuera de control, ha sido vista por muchos como un intento de excusar una serie de decisiones que, para muchos, son moralmente cuestionables.

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Uno de los aspectos más polémicos de la figura del Padre Pistolas es su relación con las armas de fuego. Desde sus primeros años como sacerdote, Muñoz ha mantenido una colección privada de pistolas y rifles, lo que desató fuertes críticas dentro de la Iglesia Católica y la sociedad en general.

Durante años, defendió su posición argumentando que, en su comunidad, las armas eran necesarias para protegerse de los criminales y que su posesión era legítima, ya que no las utilizaba para hacer daño, sino para defender a los más vulnerables.

Sin embargo, ahora, con su confesión, Muñoz ha admitido que su uso de armas va más allá de la protección de su feligresía. “No me arrepiento de mis decisiones. He utilizado las armas no solo para defenderme, sino también para mantener el orden en mi iglesia y mi comunidad.

Si no tienes poder, no puedes ayudar a nadie”, comentó. A pesar de las críticas que ha recibido por esta postura, Muñoz sostiene que su relación con las armas ha sido una extensión de su propia interpretación del Evangelio, en la que la justicia y la protección son primordiales.

La confesión del Padre Pistolas llega en un momento crucial en México, un país azotado por la violencia del narcotráfico, la corrupción y la falta de justicia.

Muchos sectores de la sociedad mexicana, incluidos activistas y líderes religiosos, han criticado duramente la falta de acción del gobierno en la lucha contra los cárteles de la droga, y la intervención de figuras como el Padre Pistolas, que operan en los márgenes de la ley, ha sido vista por algunos como una respuesta desesperada a la incapacidad del estado de proteger a sus ciudadanos.

El gobierno mexicano y la Iglesia Católica se han distanciado en varias ocasiones de las acciones de Muñoz, pero el sacerdote asegura que su enfoque pragmático, aunque controversial, ha sido el único capaz de hacer frente a una situación tan complicada. “Cuando el gobierno no llega a donde debe, alguien tiene que hacerlo.

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No estoy justificando mis actos, pero a veces no tienes otra opción que trabajar con quien te ofrece ayuda, aunque sea en los márgenes de la ley”, afirmó.

La respuesta del público ha sido dividida. Algunos lo ven como un héroe que, al fin, está revelando las verdades incómodas sobre cómo funciona realmente la lucha contra el crimen en las regiones más afectadas por el narcotráfico. Estos seguidores destacan su valentía por hablar sin reservas, después de tantos años de estar bajo el radar.

Por otro lado, muchos críticos lo ven como un ejemplo de la corrupción moral que puede ocurrir cuando las figuras religiosas se ven atrapadas en un sistema que las obliga a tomar decisiones que contradicen sus principios. Para ellos, el Padre Pistolas no es más que una figura trágica que ha permitido que la lucha por el poder y la supervivencia empañen su vocación religiosa.

A sus 73 años, el Padre Pistolas ha optado por revelar una verdad incómoda sobre su vida, sabiendo que su confesión podría arruinar cualquier oportunidad de redención o perdón dentro de los círculos religiosos tradicionales.

Sin embargo, también sabe que su legado será el de alguien que intentó hacer lo mejor posible en un contexto completamente fuera de control.

La figura de Héctor Muñoz es, sin duda, un reflejo de las complejidades de la sociedad mexicana, donde la línea entre el bien y el mal se difumina constantemente, y donde, en ocasiones, el sacrificio personal se convierte en una necesidad ineludible para proteger a los demás.

Su historia continuará siendo objeto de debate, no solo por la naturaleza de sus confesiones, sino por la cuestión más profunda: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para hacer el bien en un mundo tan marcado por la violencia y la injusticia?

En este sentido, el Padre Pistolas, con sus armas y su fe, seguirá siendo una figura que encarna los dilemas morales de una nación que aún lucha por encontrar su camino.