GERENTE EN EL SHOPPING HUMILLA ANCIANO AGRICULTOR SIN SABER QUE MESSI ESTABA DETRÁS PARA DEFENDERLO! | HO

En una tienda elegante dentro de un centro comercial exclusivo, el gerente de la tienda de zapatos ajustó su corbata mientras inspeccionaba a los clientes con una mirada crítica. De repente, un anciano agricultor, vestido con ropa sencilla y con un sombrero desgastado en la mano, entró al establecimiento. Su presencia contrastaba con el ambiente sofisticado de la tienda.

El anciano, Don Ernesto, se acercó a una vitrina con zapatos de cuero y los observó con detenimiento. Pero antes de que pudiera hacer cualquier pregunta, el gerente se adelantó con una sonrisa condescendiente.

—Disculpe, señor, pero quizás deba buscar en otra parte. Aquí vendemos productos de alta calidad y… bueno, no son para cualquiera —dijo el gerente, con un tono de desprecio apenas disimulado.

Don Ernesto levantó la mirada con dignidad.

—Solo quiero saber el precio de estos zapatos —respondió con voz tranquila, pero firme.

El gerente soltó una carcajada corta y miró a su alrededor, buscando la aprobación de otros clientes que esbozaban sonrisas incómodas.

—No pierda su tiempo, abuelo. Al lado hay una tienda con descuentos, ahí quizás encuentre algo más… acorde a su bolsillo —dijo, señalando la salida con un leve movimiento de su cabeza.

Don Ernesto sintió un nudo en la garganta. Dio media vuelta para irse, pero antes de que pudiera dar un solo paso, una voz fuerte y segura resonó desde el fondo de la tienda.

—¿Así tratas a los clientes?

El gerente giró el rostro, irritado por la interrupción, pero su expresión cambió en un instante al ver quién hablaba. Un hombre con una gorra y gafas de sol avanzaba con paso firme. Se quitó las gafas y, en ese momento, la tienda entera quedó en silencio. Lionel Messi estaba ahí.

Los celulares de los clientes comenzaron a elevarse para grabar la escena. El gerente tragó saliva.

—Señor Messi, yo… no sabía… —balbuceó el gerente, pero Messi lo ignoró.

Se giró hacia Don Ernesto y le preguntó con amabilidad:

—¿Cuáles zapatos quería, Don?

El anciano, aún confundido por lo que ocurría, señaló tímidamente un par de zapatos en la vitrina. Messi los tomó, caminó hasta la caja y pagó sin siquiera mirar al gerente. Luego, le entregó la bolsa a Don Ernesto.

—Aquí tiene, Don Ernesto. Espero que le gusten.

El anciano sostuvo la bolsa con manos temblorosas. No podía creer lo que estaba pasando. Finalmente, levantó la mirada y le estrechó la mano a Messi.

—No sé cómo agradecerle, muchacho.

Messi sonrió.

—¿Me acepta un café, Don Ernesto?

Salieron juntos de la tienda, dejando al gerente inmóvil y pálido. Afuera, la multitud comenzaba a reunirse, emocionada por la escena que acababan de presenciar. Pero Messi ya había decidido que esta historia no iba a terminar ahí.

—¿A dónde vamos? —preguntó Don Ernesto, aún procesando lo que estaba pasando.

—A un café decente —respondió Messi con una sonrisa—. Necesito un mate después de este quilombo.

Caminaron entre la multitud que gritaba el nombre de Messi y levantaba celulares para grabar. Don Ernesto, acostumbrado al silencio del campo, sentía su corazón acelerado. No por la caminata, sino por todo el alboroto. Al llegar a la cafetería, el mozo se quedó congelado al ver a

Messi, pero él simplemente hizo un gesto rápido con la mano.

—Tranquilo, che. Una mesa al fondo.

Se sentaron lejos de las miradas curiosas. Messi revolvió el azúcar en su café y miró a Don Ernesto.

—¿Qué hacía en esa tienda, Don?

—Buscaba zapatos para el casamiento de mi nieta —respondió Ernesto—. No quería nada caro, solo algo decente.

Messi asintió como si entendiera más de lo que quería admitir.

—¿De dónde es?

—De Santa Fe. Tengo una pequeña chacra.

Messi sonrió.

—Santa Fe, conozco bien. Crecí en Rosario.

Ernesto lo miró frunciendo el ceño. Algo en la mirada de Messi le resultaba familiar.

—Esperá un momento… Hace muchos años ayudé a un pibe ahí. Estaba perdido, con hambre. Le di de comer y le mostré cómo volver a su casa.

Messi dejó la cucharita sobre la mesa. Su mirada se oscureció por un instante.

—¿Cuántos años atrás fue eso?

—Veinte, tal vez más —dijo Ernesto, con un brillo en los ojos al recordar.

Messi sostuvo su mirada y murmuró:

—Ese pibe era yo.

El café en la mano de Ernesto quedó olvidado por un segundo. El ruido del lugar desapareció. Solo existía esa frase.

—¿Vos? —murmuró Ernesto, incrédulo—. No puede ser.

Messi sonrió, pero era una sonrisa cargada de nostalgia.

—Vos me diste de comer cuando no tenía nada. Mi familia pasaba por un momento difícil. No lo olvidé.

Ernesto se recostó en la silla, tratando de asimilar todo. Messi rompió el silencio.

—No es casualidad que nos hayamos encontrado hoy. Hay cosas que vuelven cuando menos lo esperás.

El celular de Messi vibró sobre la mesa. Lo ignoró.

—Quiero hacer algo más por vos, Don Ernesto.

El anciano negó con la cabeza.

—Ya hiciste mucho, Messi.

—No, todavía no —dijo Messi con una sonrisa.

Antes de que Ernesto pudiera preguntar qué significaba eso, el celular de Messi volvió a vibrar. Él miró rápidamente la pantalla y frunció el ceño.

—Tenemos que salir. Esto se va a llenar de gente en cualquier momento.

Salieron del café. En la calle, la multitud ya empezaba a reunirse. Pero Ernesto ahora caminaba al lado de Messi con una nueva sensación en el pecho. Aquello no era solo una historia sobre unos zapatos o sobre una celebridad famosa. Era algo más grande, y él lo sabía.
Lo que Ernesto no sabía era que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.